Expertos en Dirección de Equipos continúan postulando sobre el perfil y el ADN de los líderes que tienen que revolucionar el mundo del management en un contexto tan dantesco como el actual: tasa altísima de paro, políticos corruptos, organizaciones y personas abandonadas en el cinismo, estados en quiebra instalados en la resignación, en los que la única visión movilizadora es nacionalizarse islandés.

Y, mientras tanto, las personas, que hacen lo posible para no inmolarse ante unos fines que, demasiado a menudo, ejecutan sin rumbo, eluden responsabilidades y actúan como víctimas de la inercia del sistema, tratan de sobrevivir con los pocos recursos de que disponen.

Lo más eficiente sería detenerse en boxes, eliminar los comportamientos tóxicos, reinventar los líderes que aspiran a pervivir y transformar con pequeños gestos un círculo vicioso que vive deudor de la abundancia, más de puertas hacia fuera, que hacia dentro, y que aún depende del «Dios proveerá» o, lo que es lo mismo, «los de la central, ya dirán» o «el director general decidirá».

Pues, sí, ya intuimos cuál es la propuesta, ¿verdad? La misma que inoculamos a nuestros hijos desde muy pequeños con cada una de nuestras acciones: porque decidan lo que decidan ser en la vida, sean responsables de sus decisiones, se comprometan con hechos y aspiren a su mejor versión con todo lo que se propongan.

Cada uno de nosotros somos líderes inspiradores, somos los primeros de la cola de candidatos a responsables de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestro trabajo, de nuestros equipos, de nuestros deseos, con ilusiones, con objetivos, con causas que nos trasciendan y con una verdad demoledora: la revolución somos nosotros mismos.